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MÍA ES LA METÁFORA

(...) No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ­palabra por palabra y línea por línea­ con las de Miguel de Cervantes.” Pierre Menard, autor del Quijote de Jorge Luis Borges.  Poco tiene que ver este cuento con este ensayo, y eso es lo que encadena a los tres autores. En la aparente ausencia de metáfora es donde ilumina la intuición de que hay algo ahí, en lo profundo. Un cristal esperando una mirada en respuesta. “Mía es la metáfora” es un ensayo sobre lo dicho, lo dicho y lo que se dirá. A quién le pertenece? El autor nos ha confesado que no lo sabe, y que mejor no digamos esto o sería contraproducente para su imagen pública. Será el trabajo de algunos responder esta pregunta.


Escribe: Ayrton Gerlero

Arte: Ezequiel Gutierrez

¿Podría yo copiar un poema? ¿Podría decir lo mismo de otra forma y aún así ser acribillado con denuncias por derechos de autor? No me queda realmente claro este asunto. Vamos a empezar, como toda literatura, con una buena autorreferencia: 

Mientras escribo un poema, mucho de lo que forma el Libro de Mis Creencias comienza a brotar. Está ahí, de fondo, como la sapomúsica suena en el aire mientras leo, mientras escribo, mientras sueño (chivo absoluto al dungeon synth). Entonces las páginas de este libro hablan de héroes, del romance, de la pasión y lo desconocido. De lo interesante, lo variopinto, lo vernáculo, las hibridaciones del lenguaje y los vulgarismos de mi ciudad. Pero hay algo que funciona de corolario para el simple impulso de sentar el culo y escribir un buen rato: Pienso en lo que me pertenece.

En una antigua noche, muchachos que apenas pueden llamarse adultos, iban conversando mientras caminaban. Eran amigos, y el más colgado e inútil de ellos estaba hablando de cuánto le gustaba una chica. Entonces, como en toda buena amistad, los demás empezaron a molestarlo con chistes y crueldades tiernas. Como la muchacha estaba cerca, sentada entre claveles y con sus pies en una acequia, le empezaron a gritar que este chico sentía un amor muy grande por ella. A los gritos les respondió que si es cierto, que se lo diga en la cara. El enamorado, con temor y decidido, se le acercó, le señaló el clavel más rosado y fantasmal. Lo puso frente a ella, y al oído le dijo “Vos sos para mi como este clavel“. 

Esa noche por primera vez una mujer fue comparada con una flor, la primera mujer semejante a una flor. Esa noche nació una metáfora tan antigua que aunque la rastreásemos, la bibliografía que necesitamos se vuelve apócrifa y sin grafemas.

¿De quién es esta metáfora? ¿Del muchacho, de la mujer o del clavel? A quién le pertenece la belleza y para qué propósito le sirve de ser así. ¿Por qué la fórmula “X como Y” es de alguien?

A mi, como a tantos, no me queda ni un poco claro. Pocas cosas son las que sé, y entre ellas está la historia del soneto. Dice más o menos así. Un día Petrarca se levantó y puso el agua para los mattioli (nombre para el mate en italiano) se sentó y agarró algo de tinta y papel. Entonces pensó en una mujer nocturna que jamás vio, en un clavel fantasmal que nunca sintió y en un secreto. Entonces comenzó a escribir:

"Bendito sea el año, el punto, el día,

la estación, el lugar, el mes, la hora

y el país, en el cual su encantadora

mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía

de entregarme a ese amor que en mi alma mora,

y el arco y las saetas, de que ahora

las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto

el nombre de mi amada; y mi tormento,

mis ansias, mis suspiros, y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte

pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,

puesto que ella tan solo lo comparte."

De aquella forma una literatura entera es sembrada en estos versos, en la idea de que todo es bendito porque todo habla, cubre y enaltece a la mujer que uno ama (aplicar los gustos personales para este último sustantivo). Ese día, con el mate todo lavado, Petrarca sigue una tradición antigua que no hemos ni sospechado. 

Años más tarde, Garcilaso “La Maldita Cabra” de La Vega no haría más que obedecer el orden natural del destino y la literatura, que tantas veces se asemejan, y escribe bajo la influencia de las Cármenes su propia canción:

“En tanto que de rosa y azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto

enciende el corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto,

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto, antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera,

por no hacer mudanza en su costumbre.”

En tanto y en tanto y en tanto. Aliteración, o “repetición” para los mortales sin torres ni marfiles, un recurso tan inocentemente elemental que pasa desapercibido. Petrarca jamás demandará a Garcilaso, no por una cuestión legal, sino porque esto es imposible ya que la brecha de años es fatal entre uno y el otro. Pero ese es el asunto, que por más que uno comparte fecha y tiempos con un alma similar a la de uno, esto de los reclamos y los derechos de no sé qué autor son a veces cuestiones sin importancia. Qué latricinio comete el poeta que habla del amanecer, que es siempre el primer amanecer? Cuál comparación roba alguien enamorado, alguien que odia, alguien quien grita por la piedad o el pulgar hacia abajo?

No voy a seguir con los ejemplos, que serían Góngora y la hermana Juana de la Cruz. Ahora sigo sin bastón, y pienso en qué tanto le pertenece a uno el mismo aire que respira, y estos ojos prestados con los que el mundo entero se abre y desdobla. Mis ojos son los ojos de todos los poetas, pero son los míos. Mis pensamientos son todos los pensamientos, pero yo los pienso. El primer amanecer siempre  será todos los amaneceres, mientras el Sol ilumina siempre las mismas cosas acá abajo, mientras el río siempre insiste en ser el mismo río. Y alguien dirá cosas sobre las nuevas cosas, y sobre el amor de verde o los vientos que susurran nombres, sobre epitafios borrados y una pena que rompe las cosas desde su centro. Entonces todos asistiremos al contacto de una fuente más vieja y más bella, una fuente que solo existe cuando el poeta la nombra, y por eso es la más sagrada. El poeta no roba, el poeta bebe de las Aguas del Verso. Esta es la más antigua y sagrada de las tradiciones. 

Pensemos, aunque sea por un instante, en la música y los samples. No me extiendo mucho tampoco porque se deduce con facilidad. Un sample es un sonido, un verso prestado, un recurso que se pide sin decir una sola palabra porque se da a entender. Quién no sabe el origen de aquél verso vivirá en la ignorancia sin perder mucho en la vida, o felizmente se encontrará con la verdad para decir “Nooooo jajajaja mansooooooo“.

Lo mismo sucede con la poesía, y como su piedra angular es la metáfora, no hay forma de que nada se repita en la tempestad de poemas que día a día se escriben. No hace falta un doctorado en ningún lado para hablar de la Luna poniéndose tras los ojos de una mujer, ni hay que pedir permiso por decir que la muerte ha venido y tiene tus ojos. No hay entidad ni interés capital que pueda detener a uno de escribir y aludir con versos ya hechos y parecidos. 

Pero es que esto es lo elemental del asunto, que nadie nunca ha dicho nada nuevo, sino que hemos buscado la forma de embellecer esta repetición. Petrarca no hizo nada nuevo, ni Garcilaso, ni Quevedo, Góngora, Sor Juana, Virgilio, Homero ni los primeros profetas. Nadie ha dicho nada que no sepamos. Pero se han encargado de volver inmortal y cristalino aquello que se toma del barro. Y por eso, por beber de aquellas aguas mágicas, es que serán siempre personas que salvaron el mundo.

Toda la poesía es el primer robo. Ya nada se puede hurtar, los saqueadores de tumbas fueron los fundadores y orfebres del poema. Se internaron en el mundo, extrajeron sus tesoros, y no hemos hecho más que pasarlos de mano en mano mientras los contemplamos con brillante luz en los ojos. “Mía es la venganza“ dice el buen Libro. Yo digo “Mía es la metáfora”, porque solo así el mundo puede ser entendido. 

Por lo pronto, que se quede con la metáfora quién se anime. Porque no solo da vida y mata, sino porque es mucho más antigua de lo que pensamos, y no debe ser tratada como un simple aparato del lenguaje. Las palabras actúan sobre el mundo físico, este que le decimos Real™. Ya no basta innovar, no es suficiente decir cosas nuevas ni usar formatos novedosos 

y

cada

vez

más

verticales.

Debemos decir algo real con este hechizo tan antiguo.


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