EL OBSESIONADO
- Julieta Navarrete
- 26 may
- 4 Min. de lectura
Un hombre aterrado por el tiempo que lo persigue, de los días que pasan y los troncos que arden. La historia de un burlador de la ley natural, pero ¿por cuánto tiempo?
Escribe: Julieta Navarrete
Arte: Adriel Olaia

Existió, existe o existirá un obsesionado con el tiempo. Desde que vivió lo suficiente para comprender lo que significa y conlleva su existencia, es incapaz de dedicar sus pensamientos a otra cosa. Avanza, avanza, avanza, un tronco arde y el tiempo corre, cuando no haya tiempo, él tampoco correrá. Se dedica a buscar una cura, se entrega a la búsqueda de la piedra filosofal que lo salve de su pesadilla. Lee a todos los alquimistas, confiables y no tanto, pregunta a todas las brujas, conversa con todos los espíritus, pero no es capaz de dar con la piedra. Sus investigaciones van a dar a la nada y sus preguntas no han sido respondidas. Su pesadilla continúa implacable, los segundos avanzan, uno por uno. Observa los troncos arder y pierde el tiempo.
Una noche oyó pájaros cantar. Suaves, muy suaves silbidos entre la oscuridad. Se asustó, no tanto por los pájaros como por el pensamiento que cayó en su mente, como un rayo en cualquier árbol de un bosque, como una roca desde la cima de una montaña. Es muy simple, tan simple que se detesta por haber visto tantos troncos arder: debe olvidar que el tiempo existe. Es su piedra filosofal o la única oportunidad de que lo sea.
Comienza por eliminar todos los relojes, borrarlos de su alrededor, alejarse de cualquier cosa que se mueva al ritmo de tic-tac. Ya no visitará nunca a su familia o a alguien, el fuego que todo lo arrasa está impreso en su caminar, en las palabras que pronuncia, en el hincharse y deshincharse de sus pulmones. Comienza así su nueva vida.
Sin embargo, todavía el sol se esconde, y, más tarde, renace. Pronto comprende que amanece todos los amaneceres y anochece todos los anocheceres y que, aunque el sol no suena a tic-tac, su pesadilla está presente en la luz y la oscuridad de cada día que pasa. El fuego solar no le permitirá olvidar el tiempo.
Decide, entonces, cegar sus ojos para siempre.
En ese o este o aquel momento ya no pudo, puede o podrá ver la luz que indicará infalible el transcurso de la vida. Vivió en paz algún tiempo, convencido de estar en el camino correcto y muy cerca de olvidar para siempre la existencia del tiempo. Día a día va borrando de su vida la noción que tanto lo atormentaba.
Mal momento en el que, sin quererlo, sin esperarlo, se dio cuenta de los sonidos propios de la mañana, de la noche, del mediodía. Sin saber qué sonido correspondía a qué momento pero notando su ritmo, su orden, la rueda de todos los días. Una vez más, comienza a ser perseguido por el transcurrir de su vida.
Desesperado, toma una tercera decisión: ensordecer por toda la eternidad.
Ya sin ver ni oír los pasos de su enemigo invisible, se sentirá tranquilo. Comenzará a olvidar, en la monotonía, el significado de los días, los minutos, los años. Todo es igual, las cosas se mezclan unas con otras. Ha encontrado, al parecer, la piedra filosofal, el remedio para el tiempo que se pierde mientras el tronco se convierte en ceniza.
Para el resto del mundo, los años transcurrirán. Muchos. Familias viven y se agotan, hogares se levantan y se derrumban, bosques enteros arden y renacen, lo mismo que varias generaciones de fénix. Miles y miles de días, uno tras otro, sin fin. Infinitos troncos, infinitas llamas e infinitas cenizas. Sin embargo, no se ha conocido una historia sin un fin, tampoco la historia de la humanidad. El obsesionado, ajeno a tanto correr del tiempo, había logrado desafiar el fin de esta historia refugiado en su cómoda e inalterable monotonía. Sin sus ojos y oídos, no dedicaba su vida a nada, pero vivía eternamente. Feliz en su desconocimiento.
El Tiempo, habiendo aplastado todo lo demás, cansado de no poder hacerse notar ante el último hombre que yacía en el mismo lugar desde hacía tantísimo y que todavía vivía, utilizó el último recurso que le quedaba. Se deslizó muy silenciosamente dentro de su cuerpo, invadió cada una de sus células, y de pronto arrasó y se extendió dentro de él como una plaga, un grandísimo fuego líquido y caliente; y en la tarde más tranquila de la vida, elevó a volúmenes indecibles el maravilloso tic tac que existía silenciosamente en el motor de su corporalidad. Su pulso ahora gritaba, exigía ser sentido y hacía temblar las muñecas y la garganta.
El corazón del último obsesionado, que palpitaba sin escándalo hacía tanto tiempo, no pudo seguir siendo ignorado. Cada pálpito al ritmo del tic-tac trae consigo todos los recuerdos, toda la vida, todos los minutos, días, años. El Tiempo no se conforma con los recuerdos de su vida y, antes de dejarlo ir, le muestra cada segundo de toda la historia, todos los troncos convertidos en cenizas. El obsesionado llora, llora y fue, es, o será como pasó, pasa, o pasará el final de su casi-eterna vida.
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![]() Soy Julieta Navarrete, estudiante de el Profesorado de Artes Visuales. Soy artista visual, también me dedico a la escritura y guío un club de lectura y debate en el IPA de San Rafael. Invitame un cafecito |
![]() Soy Adriel Olaia, artista plástico y diseñador gráfico. Actualmente soy estudiante de diseño y ayudante de cátedra en Dibujo 1 y 2 en la Universidad de Mendoza. Invitame un cafecito |
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