LAS INTERMITENCIAS DE LOS GRITOS DE LUCHA
- Giuliana Ledesma

- 8 ene
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La manifestación popular es una herramienta de lucha: desde demandas laborales y educativas hasta derechos de género e identidad, ellas surgen de las necesidades sociales. Por tal motivo, más que un problema, son el reflejo de una sociedad que busca construir un futuro más justo y equitativo.
Escribe: Giuliana Ledesma
Arte: Yen y su mundo

La voz del pueblo
¿Qué impulsa a miles de personas a salir a la calle, a alzar sus voces en una protesta que muchas veces desafía a la comodidad, la seguridad e incluso la legitimidad ante los ojos del poder? La respuesta está en la necesidad de ser escuchados, de reclamar derechos, de recordar a quienes gobiernan que el pueblo siempre tiene la última palabra.
La protesta en Argentina tiene una larga tradición. No es un fenómeno reciente ni espontáneo, es la expresión acumulada de décadas de luchas, ajustes económicos y silencios impuestos. Según Adrián Scribano y Federico Schuster (2001), desde el retorno a la democracia en 1983, las manifestaciones se han diversificado, no solo en sus actores, sino también en sus demandas. Los sindicatos, que dominaron el panorama del siglo XX, han cedido parte del protagonismo a nuevos movimientos: organizaciones sociales, comunidades indígenas, mujeres, estudiantes y vecinos.
Los años noventa marcaron un punto de inflexión. La aplicación de políticas neoliberales, como las privatizaciones y los recortes sociales, creó un escenario de exclusión masiva. Fue en este contexto que surgieron los “piqueteros”, un término que se instaló en nuestro vocabulario para describir a aquellos que visibilizaron la desesperación de los desocupados. Estas manifestaciones no fueron solo actos de resistencia, sino también formas de organización comunitaria frente al abandono estatal.
Y luego llegó el 2001, un año que sacudió al país como pocos. El cacerolazo, símbolo de la protesta de las clases medias, y los saqueos, la expresión desesperada de quienes no tenían nada, mostraron las dos caras de una misma crisis. Las imágenes de diciembre de ese año todavía resuenan en su memoria: supermercados arrasados, familias reclamando comida, ciudadanos marchando con una consigna que lo decía todo: “¡Que se vayan todos!”. ¿Qué le pasa a una sociedad cuando su pueblo tiene que gritar para sobrevivir? ¿Qué le pasa a una democracia cuando las instituciones no están a la altura de las necesidades de su gente?

El poder de la protesta
Ana Musolino (2010), en su análisis sobre la criminalización de la protesta, afirma que estas expresiones no solo se enfrentan a la indiferencia del poder, sino también a un aparato estatal que las convierte en delito. En lugar de escuchar, se reprime. En lugar de dialogar, se judicializa. ¿Por qué es tan difícil aceptar que las manifestaciones populares son un derecho legítimo? ¿Por qué el sistema insiste en ver a los manifestantes como un problema y no como una solución en potencia?
Sin embargo, más allá de la criminalización, hay un elemento que atraviesa todas estas luchas: la dignidad. Protestar no es solo alzar la voz, es también resistir al olvido, al aislamiento y a la injusticia. Es construir comunidad. Pensemos en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes con sus pañuelos blancos nos enseñaron que la persistencia y la memoria son más fuertes que cualquier dictadura. Ellas no solo demandaron justicia para sus hijos y nietos desaparecidos, nos recordaron a todos la importancia de no callar.
Hoy, en cada marcha, se reflejan las múltiples luchas que han moldeado nuestra sociedad. Desde los trabajadores que defienden sus derechos hasta los estudiantes que reclaman una educación pública, gratuita y de calidad. Cada manifestación nos recuerda que el cambio social no surge de las oficinas del poder, sino de la resistencia colectiva. En este camino, las comunidades LGBTIQ+ han aportado su fuerza y convicción, alzando la voz por el reconocimiento de su identidad, la igualdad de derechos y la erradicación de la violencia que aún persiste. Cada marcha del orgullo no es solo una celebración, sino una prueba contundente de que la democracia se fortalece en la diversidad y el respeto mutuo.
Por supuesto, hay quienes cuestionan estas manifestaciones: “¿Por qué cortar una ruta?” o “¿Por qué marchar si nadie escucha?”. A esos cuestionamientos les responden los propios manifestantes, como lo hicieron durante el Santiagazo de 1993 o la Pueblada de Cutral-Có en 1996, episodios que Javier Auyero (2004) define como fundacionales de la protesta contemporánea. Allí, los manifestantes no solo reclamaban salarios atrasados o puestos de trabajo; también denunciaban un sistema que los había dejado de lado.
Pero más allá de los episodios históricos, es necesario reflexionar sobre nuestro presente. ¿Cómo vemos a quienes protestan hoy? ¿Entendemos sus demandas o seguimos atrapados en prejuicios consumidos por ciertos medios de comunicación? Como sociedad, ¿estamos dispuestos a escuchar o preferimos ignorar esas voces porque nos incomodan?
La protesta no es un acto aislado, ni violento por naturaleza. Es, como señala Auyero, una “política moral”. Es el lugar donde se reclaman derechos básicos, como tener tierra, techo y trabajo. Por eso, en lugar de preguntarnos por qué protestan, deberíamos preguntarnos qué hemos hecho como sociedad para que esas demandas sigan sin respuesta.

Entonces, ¿qué hacemos con estas voces que no callan? Propongo que deberíamos escucharlas, amplificarlas, entenderlas. Porque en cada cartel, en cada canto y en cada paso, hay una lucha que, lejos de ser un problema, es la base de una sociedad más justa.
Hoy, más que nunca, las manifestaciones son un recordatorio de que el pueblo nunca se rinde, de que siempre encuentra la forma de ser escuchado. Así que la próxima vez que veamos una marcha o un corte de ruta, tal vez sea tiempo de preguntarnos “por qué seguimos sin escuchar” en lugar de “por qué protestan”. Porque, al final del día, una democracia verdadera se mide por su capacidad de atender las demandas de su pueblo.
Bibliografía
Auyero, J. (2004). ¿Por qué grita esta gente? Los medios y los significados de la protesta popular en la Argentina de hoy. América Latina Hoy, 36, 161-185. Ediciones Universidad de Salamanca.
Musolino, A. (2010). Criminalización y judicialización de la protesta social en Argentina: cuando la lucha y la resistencia popular se vuelven delito. Revista Margen, Edición Nº 58.
Scribano, A., y Schuster, F. (2001). Protesta social en la Argentina de 2001: entre la normalidad y la ruptura. Observatorio Social de América Latina Nº 5. CLACSO.




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