VIEJOS VINAGRES EN NUEVOS ROPAJES. PRÁCTICAS DE NEGACIÓN HACIA LOS PUEBLOS INDÍGENAS
- Tobías Corvalán
- 10 oct 2024
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 8 ene
Discursos históricos y actuales invisibilizan y deslegitiman a los pueblos indígenas. El relato oficial argentino se ha encargado de borrar el pasado indígena, creando una identidad homogénea, estática, eurocéntrica y excluyente. El "argentino blanco y europeo" sigue prevaleciendo en el presente, mientras las autoridades provinciales y nacionales continúan reproduciendo discursos negacionistas y colonialistas.
Escribe: Tobías Corvalán

Primero, la Ley 24.071 de 1992, por la que Argentina adhirió al Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales. Luego, la reforma constitucional de 1994, que estableció en su Art. 76, inc. 17 "Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos." El Estado Nacional asumía, por primera vez en toda su historia, el compromiso y la obligación de garantizar una serie de derechos a los pueblos indígenas, que se pueden sintetizar en tres fundamentales: el derecho a la identidad, el derecho a la posesión de la tierra y el derecho a la consulta previa, libre e informada.
A pesar de los avances en materia de derechos humanos presentes en la normativa nacional, nuestra historia reciente muestra una contracara preocupante: la permanencia de prácticas que violentan física y simbólicamente a los pueblos indígenas y sus comunidades. Esto incluye la intensificación de discursos que invisibilizan y deslegitiman sus reclamos políticos, creando una gran brecha entre la disposición jurídica y la producción de políticas concretas que garanticen esos derechos.
Particularmente, el Pueblo Mapuche viene siendo foco de este ataque. En marzo de 2023, la cámara de diputados de la provincia de Mendoza aprobó un proyecto de declaración que afirmaba: "Los mapuches no deben ser considerados pueblos originarios argentinos". Fue el corolario de una serie de declaraciones mediáticas del gobernador Alfredo Cornejo y su predecesor Rodolfo Suarez: “Pseudo mapuches”; “No hay ni hubo Mapuches en Mendoza”, expresaban en la red social Twitter (ahora X). A su vez, Emir Felix, intendente y referente del PJ San Rafael, se sumaba a esta reacción conservadora que, en principio, emergía del Frente Cambia Mendoza. Acá no hubo grietas.
Estas declaraciones se produjeron luego de que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) reconociera la ocupación actual, ancestral y originaria por parte de las comunidades mapuches lof El Sosneado, lof Suyai Levfv y Limay Kurref, ubicadas en los departamentos de San Rafael y Malargüe.
Lejos de ser aislados o excepcionales, estos hechos tienen raíces profundas en nuestra historia. Son la reactivación de una herida antigua: la negación de los pueblos indígenas.
El genocidio constituyente: destrucción y construcción
La identidad nacional se presenta hoy como un bloque ahistórico, carente de disputas (cuando mucho las disputas ya se encuentran saldadas). “El argentino naturalmente es…”: “crisol de razas”, “heredero de inmigrantes”. En la provincia de Mendoza se olvidan los procesos de colonización y exterminio, y cuando se lo recuerda se lo piensa en términos de tábula rasa: ¿y los indios en Mendoza? exterminados o amansados. En el discurso hegemónico los pueblos indígenas son solo eso, "indios" u "originarios". Son los mismos pueblos que “perdieron la historia”, los que habitaban cuando Colón llegó a América, los mismos “destruidos” por Cortés, los que habitaban el “desierto” que conquistó Roca. “Pueblos atrasados”, ligados biológica y culturalmente a las "poblaciones de origen”; eso los distingue de los argentinos ¿Pero qué origen? ¿Y los procesos dinámicos de construcciones identitarias? La identidad se presenta como esencia: simplemente se “es”.
La identidad latinoamericana, nos dice Waldo Ansaldi (1992), se construyó a través de actos de apropiación de cuerpos, tierras, productos, y de destrucción de valores. En este sentido, la identidad no puede pensarse homogénea, sino como un conjunto de identidades en un continuo hacer y re-hacer. En la identidad no hay esencias; hay relaciones sociales, hay historia y hay transformaciones.
Estos aspectos son saldos que pagamos desde el genocidio constituyente de nuestro Estado Nación. Siguiendo las lecturas de Feierstein (2016) este concepto nos permite pensar en el exterminio de un grupo discriminado para la transformación de una totalidad, la nacional. En este caso, en términos de fundación. Exterminar a un “otro” para construir un sujeto nacional. Es un proceso que tiene por objetivo transformar aspectos relacionados a la identidad. La herramienta ya la conocemos: “Conquista del Desierto” y el despliegue de un arduo sistema de aniquilamiento; campos de concentración, políticas de distribución y reasentamiento, trabajo forzado, museos; borramiento y reemplazo de los nombres y muerte. Mucha muerte: suicidios, asesinatos y pestes.
Si bien no hubo una total aniquilación de las comunidades e identidades indígenas, sí hubo grandes consecuencias cuyos saldos aún hoy estamos pagando. El plan sistemático de exterminio implicó la desarticulación política, cultural, económica y social de los pueblos indígenas; la concentración de la tierra; y, en términos de identidad nacional, el genocidio, permitió, a su vez, la implementación de un discurso hegemónico que invisibiliza y esencializa la identidad.
El "argentino" comienza a constituirse con la conquista y el genocidio. El relato oficial después se encargaría de limpiar las manchas de sangre. Más bien, ni siquiera hizo falta ese esfuerzo, se limitó a justificarlo. La conquista era una "causa nacional" porque lo argentino "nada tiene que ver con lo indígena".
Luego se debe establecer una genealogía del sujeto nacional. Se la "encuentra": El argentino es "blanco, es hombre y tiene sangre europea”, el argentino “desciende de los barcos". El relato ahora está limpio. El "indio" yace oculto bajo el manto homogeneizador del relato nacional.
Viejos vinagres
Estos procesos de homogeneización nacional, que abstraen a la identidad de las relaciones sociales que la producen, pueden verse en las declaraciones de las autoridades provinciales, y manifiestan la permanencia de una situación particular en nuestro territorio: la situación colonial.
¿Qué define una situación colonial? Nos referimos a la relación de dominación en la que un grupo, que se presenta como portador de la “civilización”, del “progreso” o del “desarrollo”, se impone sobre una otredad; justificando y racionalizando ese dominio en nombre de algún tipo de superioridad.
El origen de una mirada que inferioriza al 'otro' se encuentra en la colonización de América, en ese proceso de proyección y reificación de la mentalidad europea para reorganizar un territorio desconocido, habitado por pueblos étnicamente diferentes, disímiles entre sí y en relación con el propio mundo europeo. Desde ese momento, se materializa el 'des-cubrimiento', es decir, el encubrimiento de miles de etnias bajo el mantra del concepto 'indio'.
Así, el eurocentrismo con su falacia desarrollista se impone: “el desarrollo que siguió europa es el que debe ser seguido unilinealmente por el resto del mundo”. El “otro” se piensa inmaduro. A veces ni siquiera eso, ni con la posibilidad de madurar. La identidad nacional, a su vez, se construye identificando al "indio" como la otredad: “civilización o barbarie”, nosotros somos la civilización, los otros son los bárbaros; los indios son la barbarie. Los proyectos nacionales que fueron gestando la construcción del Estado Nación, de teorías importadas, no dejaban lugar para los pueblos indígenas ¿La solución? Cortar la maleza ¿El resultado? Genocidio.
Bonfil Batalla (1972), ha demostrado que la noción de "indio" (o "indígena") es un concepto supraétnico. ¿Qué quiere decir esto? Que el concepto no se define por cuestiones étnicas o culturales, más bien es una categoría social e histórica. El “indio” nace cuando la cosmovisión europea intenta aglutinar bajo esta categoría a toda comunidad que habita el “nuevo continente”. Nos invita a pensar la identidad dentro de un sistema que enmarca relaciones de dominación: el sistema colonial. El "indígena" designa un lugar: el del oprimido, el del colonizado.
Esta categoría lleva consigo necesariamente su opuesto: el colonizador. La desaparición del sistema colonial no implicó la desaparición del indígena. El colonizado siguió siendo el "indio" ¿Y el colonizador? La situación colonial actual lo presenta con nuevos ropajes. El ropaje de lo nacional/provincial abriga viejos vinagres: clases dominantes que ignoran la voz de la otredad.
El Colonizado, el dominado, el inferior, el salvaje está "errado"; dispone de una cosmovisión equivocada. De hecho a ninguna etnia del gran abanico que comprende a la categoría de “pueblos indígenas” se la considera como modelo ni político ni cultural ni mucho menos económico.
La pequeña producción campesina, la producción cooperativa, la agroecología y el desarrollo concebido en términos de sustentabilidad y sostenibilidad —es decir, la producción en armonía con la naturaleza— que hoy defienden algunas comunidades indígenas, no son impulsadas por el Estado. Por el contrario, se consideran un obstáculo para el “desarrollo”, el cual se expresa a través del extractivismo, la concentración de la tierra y el agronegocio.
Rodolfo Suarez declaraba: "Entre los activos que el Gobierno Nacional está entregando a los ‘mapuches’, (...) se encuentran los primeros pozos de crudo no convencional en el lado mendocino del bloque Vaca Muerta". Hoy, el capitalismo argentino, con las esperanzas puestas en Vaca Muerta, como territorio de inversiones y de extracción de recursos exportables, ve en el reclamo de la propiedad comunal un obstáculo.
Un ejemplo que ilustra la situación colonial actual es lo que Diego Montón, referente del Movimiento Nacional Campesino Indígena, expresaba en Tiempo Argentino: “Actualmente la producción de alimentos está tensionada entre dos grandes lógicas”. Ante un modelo de producción agropecuaria subordinado al capital financiero que impone la destrucción de la naturaleza, la erradicación de bosques, la contaminación del suelo y problemas de salud, proponen un modelo alternativo: la soberanía alimentaria. Este modelo busca garantizar que el pueblo pueda alimentarse de manera saludable y que las familias productoras vivan dignamente. A pesar de que este enfoque podría fortalecer un sistema de pequeños y medianos productores que generan el 60% del consumo agropecuario en nuestro país, no ha sido ni es una prioridad para los gobiernos de turno. De hecho, las distintas comunidades deben organizarse constantemente para defenderse de los intentos de despojo.
Algunas consideraciones finales…
Estudios arqueológicos, como los de Berón, (1999), y Berón y Radovich (2007), han demostrado que la cordillera fue un espacio sumamente dinámico antes de la conformación de los estados nacionales argentino y chileno. Los procesos de interacción social del pueblo mapuche en la región pampeana y patagónica pueden datarse desde mediados del siglo XIII. Por lo cual, sostenemos que es totalmente absurdo remitirse a un contexto donde las fronteras de ambos países no se encuentran conformadas para defender posturas como las que asumió el gobierno mendocino en 2023.
Pero lo que está detrás no es la ingenuidad de las autoridades, son los intereses. Que, a su vez, evidencian la mentalidad colonial de las clases dominantes. Hoy, el Estado, está obligado legalmente a reconocer los derechos de las comunidades indígenas pero, como hemos observado, negacionistas no faltan. Argumentos perversos son utilizados para deslegitimar los derechos de los Pueblos Indígenas y sus comunidades; la negación es un recurso que criminaliza los reclamos y la resistencias sobre un territorio.
Para concluir, la relación entre la tierra y la identidad puede entenderse muy fácil: la Constitución Argentina establece el reconocimiento de los Pueblos Indígenas "argentinos". Pero si estos no son identificados como tal, si "no existen mapuches en Mendoza", si una comunidad no es argentina, no hay derechos que garantizar, no hay tierras que reconocer.
REFERENCIAS
Argentina.gob.ar. (n.d.). Normativa del INAI. Secretaría de Derechos Humanos. Recuperado el 8 de octubre de 2024, de https://www.argentina.gob.ar/derechoshumanos/inai/normativa
Bustamante, D. (2023, 25 de agosto). Que la tortilla se vuelva. Tiempo Argentino. Recuperado de https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/que-la-tortilla-se-vuelva/
Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. (2016). Pueblos indígenas y el derecho a la consulta en Argentina [PDF]. Recuperado de https://drive.google.com/file/d/1p2dLKaTAkdTJxULxuLyTeTXa_Q0FesmM/view
BIBLIOGRAFÍA
Bonfil Batalla, G (1972). El concepto de indio en América: Una categoría de la situación colonial.
Dussel, E (1994). El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la "modernidad". Colección América número uno.
Escolar, D (2008) El repartimento de prisioneros indígenas en Mendoza y la teorización nativa del “criollo”, décadas de 1880-1940”. 3ras Jornadas de Historia de la Patagonia.
Feierstein, D (2016). La utilización de prácticas genocidasen la constitución del Estado argentino en Introducción a los estudios sobre genocidio. EDUNTREF.
Trentini, F; Valberde, S; Radovich, J; Berón, M; Balazote, A (2010) "Los nostálgicos del Desierto": La cuestión mapuche en Argentina y el estigma de los medios en Cultura y representaciones sociales.
Trinchero, H (2010) Los Pueblos Originarios en Argentina: representaciones para una caracterización problemática en Cultura y representaciones sociales.
留言