LOS DERROTADOS
- Ramiro Barroso

- 6 nov
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Ni epopeya ni tragedia. Apenas la constatación de un país que repite su propio laberinto, donde la clase política se mira al espejo y sólo encuentra su reflejo agotado. Un peronismo estallado, un oficialismo en crisis pero victorioso y el resto del arco político muy débil para representar una oposición. ¿Se trata aún de una democracia lo que estamos viviendo, o apenas de su sombra? Desde la tribuna, el pueblo mira cómo la clase política discute su propio ocaso. No hay héroes, no hay villanos, unos pocos vencederos, el resto...
Escribe: Ramiro Barroso

La violencia, es decir, la violencia física (porque no existe violencia moral fuera de los conceptos de ley y estado), es de este modo el medio; imponer nuestra voluntad al enemigo es el objetivo. Para tener la seguridad de alcanzar este objetivo debemos desarmar al enemigo, y este desarme es, por definición, el propósito específico de la acción militar, propósito que reemplaza al objetivo y en cierto sentido prescinde de él como si no formara parte de la propia guerra.
Carl von Clausewitz, De la guerra.
Napoleón no era para los campesinos una persona sino un programa
Karl Marx, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850.
Después de la ilusión
La gran incógnita que toca responder en este momento es cómo explicar lo que pasó en las elecciones legislativas del domingo 26 de octubre. La pregunta surge de ese clásico ciclo de ilusión y desencanto, al que ya estamos acostumbrados los argentinos. Sin embargo, a veces pienso que este dramatismo que ha surgido, quizás, esté reservado para los que pueden darse el tiempo de seguir minuto a minuto lo que ocurre, mirar las noticias, debatir en redes, indignarse con un titular, etc. Espero que no sea así, pero me da la impresión que las grandes mayorías ya están acostumbradas a la desilusión. Y coloco la palabra “dramatismo” porque para la mayoría de las personas con las que convivo a diario fue una sorpresa estrepitosa. Se decía que Milei iba a perder, y no fue así. Se decía que los resultados iban a ser muy ajustados, y no fue así. Quizás el error sea que sólo hablamos entre nosotros, girando en círculos dentro de una burbuja de coincidencias. Tal vez ya no sepamos escuchar al otro. Lo que hemos perdido, entonces, es el arte del diálogo con el que piensa y es distinto. Y esto va mucho más allá de los que apoyan a Milei, pues atraviesa también al campo popular, a la izquierda, al progresismo. Es el síntoma de una desaparición lenta de los espacios de encuentro, esos lugares donde antes se encontraban las diferencias: la escuela pública, el hospital, el barrio, la plaza. Asimismo, el neoliberalismo no sólo reformó la economía, sino también la subjetividad: nos volvió islas parlantes. Ya no sabemos cómo conversar con quien no comparte nuestras certezas, y las redes sociales terminaron de cerrar la jaula. Ellas nos ofrecen un filtro que amplifica nuestras opiniones y borra cualquier disonancia. De ahí las sorpresas electorales, es decir, “pero cómo, si todas las personas que yo conozco me decían que iba a ganar el candidato de…”. El problema es que todos los que conocemos son parecidos a nosotros.
El asombro fue tanto para unos como para otros. Comencemos con el peronismo que es, posiblemente, el que mayores ilusiones tenía. Sus expectativas se fueron construyendo al calor de lo que fueron las elecciones del 7 de septiembre, pues fue esta la que hizo pasar del entusiasta “La Libertad Avanza arrasa en el país” al más prudente “hay serias dudas sobre de qué color se va a teñir la Argentina”. Pero el resultado ya es conocido. “¿Qué pasó?”, se pregunta el peronismo. Aquella elección de septiembre y el fantasma del regreso peronista generaron no sólo una reacción visceral en el antiperonismo, sino también en quienes, sin ser mileístas convencidos, no querían volver a la experiencia de Alberto Fernández y el Frente de Todos. Una experiencia todavía fresca, que dejó una huella indeleble en la memoria colectiva. En otras palabras, no sólo hubo un voto de aquel que dice “amo a Milei y me representan sus ideales” o “los kukas son corruptos y tirapiedras”, sino también el del “voto a Milei, pero no estoy de acuerdo con…”. Y sí, fue mucho más efectivo el eslogan “La libertad avanza o Argentina retrocede” que el tibio “Pongámosle un límite a Milei”.
A esto se sumó, en la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas, amen a nuestro porteñocentrismo, que los intendentes no jugaron con el ancho y el siete de espadas. Ellos no estaban presentes, ergo, la candidatura de Taiana no traccionó como la de Catopodis o Magario. Que los números finales en la provincia de Buenos Aires arrojen un 41% para La Libertad Avanza y un 40% para Fuerza Patria, no es una buena noticia. Después de todos los escándalos, incluido el de Espert y sus vínculos con el narcotráfico y su posterior renuncia, el resultado deja mal sabor. Se generó una expectativa que le jugó en contra, al igual que pasó en mayo con las elecciones legislativas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Expectativas que tienen su razón de ser en la gran derrota que significó 2023, y de la cual no se ha recuperado (aunque viene en retroceso desde 2015).
El problema no es de una persona ni de una lista, es más profundo. Se trata de ideas derrotadas, de una voluntad derrotada, que termina reflejándose en un proyecto electoral derrotado. Este peronismo estallado y sin propuestas vive una doble ilusión: la de creer que va a ganar por arte de magia y la de suponer que, si Milei se desploma, ellos volverán. Dos ilusiones absurdas. La sociedad sabe que “Fuerza Patria y Aliados” es una unidad sin ideas, donde nunca se han animado a debatir. El no asumir la conflictividad interna impide que salgan del laberinto. El tridente entre Axel, Massa y Máximo no funciona: cada uno responde a un cálculo propio, a un juego de intereses y posicionamientos que, lejos de complementarse, se neutralizan. Y, por si faltara algo, la disputa por el liderazgo entre el gobernador bonaerense y Cristina Fernández es un secreto a voces, que exacerba aún más el desinterés por la política por parte del ciudadano de pie. Ellos ven casta, y algo de razón tienen. Por ende, aceptar su propia fragmentación implicaría reconocer la necesidad de construir candidatos distintos y, quizás, mejores. No alcanza con decir “vamos a frenar a Milei” cuando fue el mismo Congreso que lo acompañó en sus inicios, el que ahora pretende darle la espalda. El “ganemos y después vemos cómo gobernamos” fue una carta que ya gastaron en 2019, y no va a volver a funcionar. Incluso, sus discursos tratan de reflotar viejas frases, como si el mundo hubiera permanecido idéntico a sí mismo: el “Braden o Perón” es un eco de otros tiempos. Se trata de un peronismo sin tarea histórica que ha arriado banderas que alguna vez significaron una propuesta popular. Le hablan a un país que la década del ’90 sepultó, lo cual demuestra la desconexión entre la dirigencia peronista y sus bases. En fin, el proyecto neoliberal de Milei avanza por la ausencia de una fuerza inhibitoria.
Y no es casualidad que empiecen a buscar un chivo expiatorio: que si la culpa es de La Cámpora, de Axel, de Cristina, de Taiana, de Bregman, de Cúneo, de la juventud, de la ignorancia del pueblo, de la falta de sensibilidad de la sociedad, de los astros, los flequillos, Messi, Nicki Nicole o la Boleta Única Papel. En vez de asumir su falta de proyecto, su conflictividad y su definición política, siguen creyendo que Milei es un helado en una parrilla. Se trata de una fuerza desarmada y perdida en la cancha, sin brújula ni mapa, mientras del otro lado no sólo hay discursos violentos, sino también disposición para actuar a fondo y en serio. La Libertad Avanza habla en serio, el resto en serie. El discurso de la formalidad y la legalidad quizás funcione en Suiza. Aquí, no. Basta con que Milei se ponga más educado y aprenda a decir “por favor” para que el debate se dé por cerrado. Es más, el representante a-narcolibertario ha demostrado pragmatismo y ser un verdadero péndulo: a veces grita e insulta a diestra y siniestra, y otras se muestra moderado y conciliador (en ocasiones, combina ambas facetas al mismo tiempo, basta con ver su entrevista con Eduardo Feinmann). La bronca colectiva es real, y no es nueva, viene gestándose hace una década como poco. En ese sentido, Milei representa el odio al sistema tal cual es, el hartazgo con lo que está como está. La antipolítica es muy fuerte, y el que mejor conecta es él, no por nada es el resultado de lo que se hizo como se hizo.
Otra vez lo mismo: el mal menor
Los que intentaron convertirse en oposición fueron algunos gobernadores, como Llaryora y Pullaro. Sin embargo, su espacio “Provincias Unidas” fue aplastado. De todas formas, nadie se tragaba el cuento de que estaban dispuestos a confrontar: todos sabían que iban a negociar. Algo así como un mileísmo blue. Lamentablemente para ellos, y para buena parte de la clase política, siguen leyendo mal la realidad. El violeta ya no es solo un color: es la radicalización de la polarización, una radicalización de derecha, y entre la copia y el original, la gente elige el original. Basta con comparar el mapa de la elección legislativa de 2017 con el actual.
Se trató de una elección a lo Boca-River donde no se debatía un proyecto de país, sino lo que podía llegar a ocurrir el lunes. Septiembre no sólo despertó el antikirchnerismo y al votante del “apoyo, pero…”, sino también el miedo al caos económico y político, y parte de la sociedad prefirió lo que está a pesar de su malestar. En otras palabras, se trató tanto de no volver al espanto del gobierno anterior como de elegir el mal menor: evitar un lunes negro. Y quizás sea eso lo que comparte octubre con septiembre: el voto por razones materiales. En septiembre fue el voto castigo; en octubre, el voto para que no fuera peor. Todo esto, condimentado por el factor Trump, cuya participación fue clave para instalar la idea de que, en caso de derrota, no habría respaldo. Así de simple, así de trágico, así de argentino…
Mientras tanto, Cristina bailaba en el balcón, negando con ello el baile que le dieron al PJ en todo el país. Pero, ¿se trataba de una muerte anunciada? Uno puede imaginar varios escenarios, todos dudosos, todos inciertos. En primer lugar, pudo haber existido egoísmo por parte de los intendentes. No es ninguna novedad decir que son expertos en supervivencia política y, por tanto, juegan a ganador, no a la ideología, ni siquiera al partido. Segundo, pudo haber sido parte de una estrategia de Axel Kicillof para asegurar su gobernabilidad en septiembre y su dominio en la provincia, con la mira puesta en demostrar que el peronismo depende de su figura, un intento de poner fin al liderazgo de Cristina. En tercero lugar, los opositores al liderazgo de Axel hicieron todo lo posible para después decirle “te equivocaste”. Cuarto, pudo haber sido otra mala lectura: colocar moderados como cabezas de lista en un tiempo que pide figuras fuertes y discursos disruptivos. Quinto…
Lo que sí sabemos es que no falta mucho para que en “Fuerza Patria y Aliados” se desate una guerra civil larvada, si es que ya no estalló. El poder de la conducción volverá a disputarse, y las tres cabezas de la hydra reclamarán su porción de torta: Sergio Tomás Massa, Máximo Kirchner (es decir, Cristina) y Axel Kicillof. Incluso este último, que por un momento rozó el sueño de empuñar el bastón presidencial, se debilitó con el resultado. Quedará por ver si rompe la maldición de San Bartolomé, es decir, la maldición de que Mitre sea el único gobernador electo de Buenos Aires que llegó luego a la presidencia.
Los números de las últimas tres elecciones en la provincia de Buenos Aires hablan:
Elecciones de la provincia de Buenos Aires (2023)
Unión por la Patria | Juntos por el Cambio | La Libertad Avanza |
4.330.482 | 2.563.582 | 2.367.294 |
Elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires (septiembre de 2025)
Fuerza Patria | La Libertad Avanza + PRO |
3. 861.488 | 2.755.097 |
Elecciones para diputados en la provincia de Buenos Aires (octubre de 2025)
Fuerza Patria | La Libertad Avanza + PRO |
3.558.527 | 3.605.127 |
En otras palabras, cada fuerza política pesca en su pecera, y eso tiene un techo y un piso relativo. El dato interesante es que la pecera de la LLA es capaz de absorber al PRO, como ocurrió en Buenos Aires, mientras que el peronismo volvió a cometer el mismo error: creer que juntarse es lo mismo que sumar votos. No parece haber un balance serio de las elecciones pasadas, basta mirar la foto del abrazo entre Massa y Grabois.
Elecciones presidenciales (2015)
Scioli-Zannini | Macri-Michetti | |
PASO | 8.720.753 | 6.791.278 |
1° vuelta | 9.338.490 | 8.601.131 |
Balotaje | 12.309.575 | 12.998.340 |
Elecciones presidenciales (2019)
Fernández-Fernández | Macri-Pichetto | |
PASO | 12.205.085 | 8.121.596 |
1° vuelta | 12.946.037 | 10.811.586 |
¿Qué vemos en las presidenciales? Que en las PASO de 2015 Scioli le sacó a Macri 2 millones de votos. La diferencia se achicó a 700 mil en la primera vuelta, y finalmente Macri ganó por 600 mil en el balotaje. Obtuvo 12.998.340, contra 12.309.575 de Scioli. En 2019, el Frente de Todos sacó 12.946.037, es decir, “más que decir que triunfaron los Fernández, habría que afirmar que fue Macri quien perdió la elección, al no retener el caudal de 2015, aunque el padrón electoral se haya incrementado” (Horowicz, 2023, pág. 101). En efecto, la masa creciente de decepcionados, desilusionados y descreídos terminó encontrando en Milei algo más que un candidato: un programa del odio y la destrucción de lo existente. Buena parte de las clases populares vio en él una forma de castigo, una revancha contra la política tradicional, contra la “casta política”. La antipolítica y la instrumentalización del enojo, la desilusión y la esperanza funcionaron como una estrategia efectiva para canalizar el hartazgo. En otras palabras, fue este mismo sistema el que parió a Milei. Dato no menor: en 2023, Massa obtuvo 11.598.720 votos.
Una democracia de mentiritas
Hay que mirar provincia por provincia para entender cuánto se tiñó de violeta el mapa. En algunas, el resultado fue nítido: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Mendoza. En la primera, el PRO ya quedó absorbido por completo, con una Patricia Bullrich cada vez más cerca de convertirse en jefa de Gobierno o, quién sabe, en la próxima vicepresidenta. Tanto en Córdoba como en Santa Fe, la derrota fue de los gobernadores; no así en Entre Ríos y Mendoza, donde las alianzas triunfaron: Rogelio Frigerio y Alfredo Cornejo.
En el caso de Mendoza los resultados mostraron que La Libertad Avanza + Cambia Mendoza se impuso en 16 de los 18 departamentos de la provincia, incluyendo Maipú, a pesar de que su intendente, Matías Stevanato, iba como candidato. Los únicos dos municipios donde no ganó el violeta fueron Santa Rosa y La Paz, gobernados por Flor Destéfanis y Fernando Ubieta, quienes acompañaban en la boleta peronista en cuarto y quinto lugar. Otra vez más, la oposición a Petri y Cornejo fue conservadora, pues no logra proyectar un futuro, solo se queda con la conservación de un pasado “glorioso”.
Alfredo Cornejo vuelve a demostrar su capacidad de olfatear los tiempos de la política, consiguiendo así blindar una mayoría de diputados y senadores en la Legislatura provincial. ¿Próximo vicepresidente? ¿Petri gobernador de Mendoza? ¿A dónde ubicar a Emir Félix? Emir entró en la Cámara de Diputados y posiblemente sea el que mejor esté en el ranking del peronismo mendocino. Sin embargo, en San Rafael, de donde es referente, el peronismo perdió frente al 49,6% que obtuvo Petri. Con este resultado, no resulta descabellado pensar en Hebe Casado como próxima intendenta de San Rafael. Ahora bien, en comparación con los números de 2023, el PJ en dos años subió en 84% la cantidad de votos en Mendoza: de 137 mil votos a 253 mil. Y aun así, no deja de resultar curioso que el emirato haya perdido en su propio territorio. ¿Habrá influido la visita del presidente al almuerzo de las Fuerzas? ¿O se trata de otra cosa? ¿Conservadurismo recargado? ¿Falta de aires de renovación y cambio? ¿Acaso en Mendoza la liga de los intendentes tiene realmente el territorio que uno podría pensar? ¿Se trata de un peronismo verdaderamente plebeyo? ¿Qué dicen las bases? Me da la impresión que unos dicen "A" y otros ya están en la letra "T", es decir, la política discute ensimismada mientras las demandas sociales reclaman por un techo y terreno propio, un trabajo estable, que se respeten las ocho horas, que baje el boleto de colectivo, que no avance el delito y el narcotráfico, etc.
El peronismo no sólo está estallado a nivel nacional, sino también en las provincias, y Mendoza es un ejemplo de manual. ¿Acaso alguien ignora la disputa feroz entre el kirchnerismo y los intendentes? Obviamente, el 25% obtenido es un avance frente al magro 14 % de 2023. Sin embargo, los problemas son otros: no hay propuestas precisas, no hay proyecto, no hay relevo generacional, no hay caras nuevas. El peronismo mendocino no funciona porque no representa una alternativa real. Su conservadurismo, antikirchnerismo y pragmatismo lo dejan fuera de juego frente a una derecha que cada vez se radicaliza más. Y aviso, por si hay algún despistado, la radicalización no pasa por ver quien grita más fuerte.
Mientras Milei ruge, ellos susurran; mientras él promete motosierra y dinamita, ellos intentan emularlo y despegarse de sus propios logros. Un error garrafal… De esta forma, terminan siendo percibidos como hipócritas, como actores de Hollywood que fingen sentimientos o ideas que no tienen, y cuando los conflictos internos estallan, la falsedad queda a la vista. De ahí se entiende, al menos en parte, por qué el violeta se impuso en todas las categorías: nacional, provincial y municipal.
De todas formas, esta elección no es precisamente la conquista de Troya. Más de doce millones de personas decidieron no participar del proceso electoral. En otras palabras, fue la elección legislativa con menor participación desde el retorno de la democracia en 1983. En 2021, en plena pandemia, votó el 71,7 %; esta vez, apenas el 67,85 %. Lo que tenemos es una representación política vacante. Incluso, ni Milei sale indemne, pues en las elecciones presidenciales de 2023 obtuvo 14.554.560, mientras que ahora sólo cosechó 9.341.798. A pesar de su programa antiinflacionario, que posiblemente también influyó en el voto, el desencanto sigue estando.
La política argentina se mueve en modo aleatorio. Nadie sabe qué puede pasar, pero todos intuimos quién seguirá perdiendo: el pueblo. La confusión reina entre alianzas coyunturales, discursos reciclados, candidatos impresentables y una sociedad que, como siempre, intenta llegar a fin de mes. Y es justamente eso lo que me lleva a pensar que estamos en un proceso de des-democratización: la democracia social murió hace tiempo y solo quedó el mantra de “se cura, se educa y se come”. Hoy, la voluntad ciudadana de participar se desploma, la abstención es el partido mayoritario, y la oferta electoral se decide de arriba hacia abajo, midiendo encuestas para ver quién garpa más. Me encantaría preguntarle a Hipólito Yrigoyen qué piensa de sus herederos… no creo que esté muy contento con el tipo de sepultura política que le dieron a la UCR. Perón y Evita creo que pensaría lo mismo. Pero bueno, de 1916 a 2016 hay una curva de aprendizaje por parte de las clases dominantes que no podemos obviar. Estamos, como me dijo una vecina, “en una democracia de mentiritas”.
Bibliografía
Alejandro Horowicz, El kirchnerismo desarmado, Argentina, Ariel, 2023, pp. 13-107
Karl Marx, “La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850” [1° edición, 1850], en Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas en dos tomos, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1955, Tomo I, p. 172.
Karl von Clausewitz, De La Guerra, Editorial Hormiguero, 2017, pp. 26-27


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