MARIZOL AYMA: VIVIR CON ORGANIZACIÓN
- Tobías Corvalán

- hace 4 días
- 9 Min. de lectura
Entre hornos ladrilleros y recuerdos de la tierra propia, la historia de Marizol Ayma revela cómo una mujer migrante transforma la lejanía en fuerza colectiva. Una crónica que aborda un "buen vivir" que se gesta en los márgenes de San Rafael.
Escribe: Tobías Corvalán y Ramiro Barroso Arte: Melina Moyano

Entre ladrillos
En nuestro departamento hay más de 700 hornos ladrilleros artesanales que adornan el paisaje sanrafaelino. Podría pensarse que el rojizo que se vislumbra desde la ruta irrumpe en el violeta y el verde que se espera de la “tierra del sol y el buen vino”. Pero, más bien, se entrelaza, creando un mosaico de colores que bien podría entenderse como un reflejo de la riqueza cultural de San Rafael.
Sin embargo, ese rojo proviene de una producción que se da en la periferia, y lo cierto es que poco se sabe sobre lo que ocurre en los márgenes. Desde lejos miramos y pensamos: “ese trabajo no es para cualquiera”. El calor del horno, el sol que quema, los residuos que se aspiran.
Los inmigrantes bolivianos han encontrado en la producción de ladrillos una respuesta a sus necesidades más urgentes. No por un mandato cultural, sino por condicionamientos sociales que los empujan a elegir entre dos caminos crueles: ser explotados o morir de hambre. La mayoría, con la dignidad del que resiste, opta por el primero. Sin embargo, las duras condiciones de trabajo no son exclusivas de los hornos de ladrillo. En el capitalismo contemporáneo, el trabajador sin derechos se ha vuelto la norma: lo vemos en los bares y comercios de la ciudad, en los repartidores de aplicaciones, en quienes acompañan la discapacidad, en la vendimia, etc.
En ese entramado, la comunidad boliviana aparece como un colectivo clave, el que pone el cuerpo en la producción ladrillera y deja, al mismo tiempo, su huella social y cultural en San Rafael. Esto último se verificó el miércoles 6 de agosto en Salto de las Rosas, ya que se conmemoró el bicentenario de la independencia boliviana con danzas y comidas tradicionales. Un eventó que convocó a más de 2.000 personas.
Por nuestra parte, la primera vez que pisamos un horno ladrillero fue de la mano de la facultad, en el marco de la cátedra de Arqueología. Aquella visita estuvo atravesada por la mirada del saber académico: observamos, describimos, analizamos. En síntesis, el horno y su gente eran el objeto de estudio. Sin embargo, esta nueva visita fue distinta. Tenía otro tono, otras motivaciones.
Marizol Ayma fue quien nos recibió en su casa. Nos estaba esperando afuera porque la ubicación de WhatsApp nos había dejado perdidos por otros caminos. Típico de aquellos que fueron educados por el internet. Esa primera escena, sencilla y hospitalaria, ya decía mucho de ella. Marizol llegó a la Argentina en 2012, desde Cochabamba hasta San Rafael, de vender ropa en las ferias a trabajar en los hornos de ladrillo. Su vida, marcada por el esfuerzo y la lucha constante, condensa también la de tantos otros que, desde los márgenes, sostienen con su trabajo el pulso de la comunidad.
Hay una calidez especial en su manera de hablar. Cuando se refería a nosotros y al pueblo argentino como “hermanos”, no era un simple gesto de cortesía, había allí un sentido profundo, una memoria compartida que, si se escarba un poco, resuena con los sueños inconclusos de la “Patria Grande” de San Martín y Bolívar.

La tarde gris parecía darle un marco especial al encuentro. No parecía casualidad: había algo en ese cielo apagado que encajaba con lo que íbamos a hacer. Para ser sinceros con el lector, la charla –disfrazada de entrevista– no tenía planificación. Lo que nos movía era otra cosa: la necesidad de charlar, de escuchar, de registrar la vida de quienes trabajan en silencio en los márgenes. Queríamos comprender, aunque fuese un poco, qué significa habitar ese mundo donde el esfuerzo se mezcla con la exclusión, y dónde, pese a todo, siguen naciendo esperanzas.
Teniendo en cuenta el contexto actual, una inquietud nos guiaba: ¿cómo salir de este embrollo colectivo que se nos impone como sociedad? Éramos conscientes de que la respuesta no aparecería en una sola conversación, pero intuíamos que algunas pistas podían hallarse en la periferia. Allí donde laten con urgencia problemas que rara vez entran en la agenda pública, y donde, frente a la cultura del descarte y de la crueldad que desciende desde los centros de poder, todavía se ensayan formas alternativas de vivir, de resistir y de soñar.
La lejanía
“En los principios yo extrañaba a mi país, acá no había ni para salir. Estábamos todo el día en el trabajo. Trabajo, trabajo y trabajo. Hasta los días domingo trabajabamos en el horno”, nos expresaba Marizol en los primeros minutos de la conversación.
Hay una vieja cumbia colombiana, de Lizandro Meza, que dice “Qué tristeza que me da, me da la lejanía, ay me da. Qué tristeza que me da, estar tan lejos de la tierra mía.” Y es que el suelo de uno, donde se nace, donde se cría, donde han vivido sus ancestros, está cargado de sentimientos. Los olores, los colores, los ruidos: todos resuenan y se entrelazan en la memoria. Por eso el exilio suele ser un proceso doloroso. No por casualidad la literatura nos ha dejado tantos versos con la misma carga melancólica con la que resuena esta cumbia.
Marizol Ayma nos contaba que, con el tiempo, logró adaptarse y que ahora le gusta vivir en estas tierras. En sus palabras aparece siempre un hilo presente: la ayuda, tanto de parte de los argentinos que la recibieron como de sus propios compatriotas. No obstante, los primeros años fueron difíciles. “Tuve el embarazo de mi nena chiquita y tenía que andar en los trámites. Y yo no sabía ir al hospital, yo tenía miedo”, nos relataba. Recién a los siete meses pudo hacerse el primer control médico. “Yo no sabía dónde era el hospital, tenía miedo de preguntar, veía en San Rafael a toda gente extraña. Yo tímida y con miedo a preguntar. No lo encontré y volví, directamente”.
En esos momentos, el sostén de Marizol fue su familia: su esposo y su hermana, principalmente. Pero también algunos sanrafaelinos “que fueron muy buenos”, nos decía, como los médicos del hospital público que, atentos a la falta de controles, la recibieron con cuidado y respeto.
En esos años, ella nos decía que los lazos dentro de la comunidad boliviana aún eran débiles, marcados por el individualismo. Ahora bien, hubo situaciones que reunieron los dolores colectivos de la lejanía y la soledad, y que permitieron a la comunidad boliviana empezar a fortalecer vínculos. Una de ellas, fundamental, la crisis política de 2019.
El legado de Evo
Sabíamos que Marizol había llegado a la Argentina con una fuerte tradición militante cercana a Evo Morales Ayma. La constante mención de este líder revela el profundo impacto que ha tenido en Bolivia y, según nos contó, el año 2019 fue un momento marcado por la mezcla de unión y tristeza. “Yo vivía en Malvinas Sur, y yo no sabía a quién acudir. No sabía a quién pedir ayuda para ayudar a mi país. Fui al centro, no me dieron pistas de nada, luego fui al Salto y le pregunté a mi hermana a dónde podíamos ir”, nos dijo Marizol.
Cabe recordar que en noviembre del 2019, luego de una serie de actos violentos propagados por la derecha boliviana, Evo Morales anunció su dimisión y se exilió. La sucesión fue asumida por la senadora Jeanine Áñez, quien se autoproclamó presidenta interina, generando un gobierno de facto.
“Yo estaba llorando en la calle por lo que estaba pasando mi país, porque he vivido en esa lucha, he vivido cómo son los enfrentamientos, he vivido cómo es la guerra civil. A mí me dolía”. En ese momento, una mujer llamada María, de quien jamás se olvidará, la encontró y le propuso ir a la radio para convocar a toda la comunidad boliviana. Entre entrevistas y llamadas, lograron reunir a una multitud que acompañó en una caravana en Salto de las Rosas.

El gesto, más que simbólico, cargaba el peso de la historia: desde miles de kilómetros, los migrantes ponían en alto el dolor de un pueblo que añoraba su tierra y sufría como si estuviera viviendo los mismos males en carne propia. Para la comunidad, aquella movilización fue un antes y un después. En el corazón de todo esto estaba Evo Morales Ayma, el primer presidente indígena de Bolivia. Su llegada al gobierno en 2006 marcó un hecho histórico para ese país y América Latina: por primera vez, un representante de los pueblos indígenas alcanzaba el más alto cargo del Estado. Una historia en sintonía con la de otros líderes populares de la región, como Lula da Silva, obrero y sindicalista que llegó a la presidencia de Brasil en 2003. Para muchos, Evo simboliza dignidad, identidad y la posibilidad de participación de un pueblo que durante siglos fue marginado, un faro que, incluso desde la distancia, inspira lucha, esperanza y unidad.
“Para la comunidad boliviana el gobierno de Evo es indiscutible. Siempre el hermano Evo trabajó por su país. Cuando no estaba, en nuestros lugares, en nuestros municipios no llegaba ni el agua ni la luz. Pero cuando entró, cuando gobernó los 14 años, tenemos universidad en nuestros lugares, tenemos luz, tenemos agua, tenemos asfaltado, canchas, polideportivos, hospitales. Todo tenemos. Nosotros no hemos conocido otro gobierno que luche por la gente pobre. Antes los gobiernos luchaban para ellos no más. Nos quitaban la plata, nuestros recursos naturales, nuestra riqueza. El hermano Evo siempre ha pensado en mejorar a nuestro país. De esa manera el gobernó y nosotros tenemos que seguir los pasos de él, siempre ayudar a nuestros compatriotas, donde quieran que estén. Con lo poco que tienes ayudar, él nos lo enseñó. Por eso nosotros aquí nos ayudamos”, afirmó Marizol.
El trabajo, la organización y los sueños
“Vivir bien significa trabajar, que no te falte nada donde sea que vivas, en cualquier país. Ese es el objetivo que tenemos nosotros. Y que nuestros hijos puedan cumplir los sueños que tengan”, nos decía Marizol.
El trabajo para satisfacer las necesidades y satisfacer necesidades para cumplir sus sueños, es más o menos la fórmula que aparece en sus palabras y, a su vez, explica las razones por las que dejó Bolivia. En San Rafael encontró trabajo, uno muy sacrificado, pero era trabajo al fin.
Podría pensarse que, en su concepto del “buen vivir”, se reproduce un discurso meritocrático liberal, donde la igualdad de oportunidades existe y la libre empresa y la competencia generan una justa distribución de ingresos y bienes, aunque no es así. Marizol tiene muy claro que la igualdad ante la ley no equivale a igualdad material: no todos partimos del mismo nivel socioeconómico. Por eso, también deja entrever que vivir bien depende del otro, de la organización y del apoyo colectivo.
“He enseñado aquí, a la comunidad boliviana, a organizarse. Cuando llegué no estaban organizados. Y allá en Bolivia ni una persona vive sin organización, sí o sí se tiene que pertenecer a una organización. Cuando llegué aquí me sentía que no tenía defensa de nadie”. “¿Desamparada?”, preguntamos nosotros. “Exactamente”, nos respondió.
Una vez más, nos sorprende su espíritu, y su conciencia social y política. Algo que deberíamos aprender los sanrafaelinos, pues en todo momento nos recalcaba que organizarse es la única forma de garantizar un “buen vivir”, y que esa lección no la traía de afuera: la aprendió junto a su gente, en su tierra, con los ejemplos y enseñanzas de Evo Morales y del Movimiento al Socialismo (MAS).

En sus palabras uno puede dilucidar un profundo respeto y admiración hacia la figura de Evo Morales. Tal es así, que según Marizol, la organización de la comunidad boliviana llegó después de la crisis de 2019. Ella nos comentaba que “algunos vivían hace 40 años aquí y no conocían cómo es la organización, yo les decía ‘no sé cómo vivirán aquí, hermanos, pero así es vivir la vida’. Les preguntaba si estaban empadronados, si habían votado en las elecciones municipales y no, nunca”. A partir de ese momento, junto a su marido y su hermana, comenzaron un proceso de concientización y organización.
Luego de seis años, han logrado crear una cooperativa de productores llamada “Bolivianos Unidos”, con personería jurídica. Además, han podido comprar terrenos, empadronarse para las elecciones, tramitar DNI para la comunidad y, actualmente, están en trámites de fundar una cooperativa de ladrilleros.
Después de haber escuchado y aprendido de su experiencia, sentimos que ahora teníamos algunos hilos por donde tirar en relación con nuestra inquietud inicial: ¿cómo salir de este embrollo colectivo que nos atraviesa como sociedad? Nos alejamos de su casa con la sensación de haber caminado junto a alguien que no solo trabaja la tierra y el ladrillo, sino que también moldea sueños colectivos. Su ejemplo nos recuerda que la dignidad se construye con esfuerzo, sí, pero también con organización, solidaridad y compromiso. Nos sigue resonando la idea de que vivir bien no es un lujo ni una meta individual, sino un proyecto compartido, una lucha cotidiana que se da con los pies en la tierra y el corazón en comunidad.
Hacer cultura desde abajo cuesta.
La Maza es una revista comunitaria que se sostiene con ganas y convicción…
Conocé a sus autoras.
![]() Ramiro Barroso Profesor por elección, activista social por convicción y lector por pasión. |
![]() Tobías Corvalán Profesor en Historia y Formación Ética y militante popular. La lectura, el cine, la cocina y el vinito. Y el futbol, claro. Un Riquelmista maradoneano que ama a Messi. |
![]() La fotografía es la pausa que necesitamos en la vida para apreciar aquellas cosas que pasamos desapercibido, este arte ha sido para mí una forma de canalizar todo mí sentimiento y poder ordenar un poco mis pensamientos. Las fotos que saco se centran en lo cotidiano, en aquello que sabemos que está pero que no tiene protagonismo, pero aún no es tarde. |







Comentarios