NOÉ HACETE CARGO DE LA PIBA
- Ramiro Barroso
- 8 ene
- 8 Min. de lectura
La presencia constante de la muerte, la falta de una respuesta sólida por parte de la Iglesia y la insatisfacción intelectual produjo un lento cambio en la cosmovisión de la Europa del siglo XIV y XV, ya que entraron en crisis las máximas representaciones feudales. En este ensayo nos abocaremos a reflexionar acerca de lo que significó el cambio de una cosmovisión feudal a una moderna, y para ello nos centraremos en el paso de una concepción teocéntrica a una antropocéntrica durante el Renacimiento, el paso del geocentrismo al heliocentrismo gracias a la Revolución Científica, y el paso de una concepción bíblica de la tierra a una científica al descubrir que Noé tiene una hija no reconocida.
Escribe: Ramiro Barroso
Arte: Adriel Olaia

El siglo de las catástrofes: hambruna, peste y guerra
En las últimas décadas del siglo XIII comenzaron a registrarse los primeros signos de estancamiento económico. Se frenaba el movimiento de roturaciones y se observaban retrocesos en la agricultura, lo cual se puede explicar, en parte, por razones climáticas (la “pequeña edad de hielo”, es decir, el enfriamiento del hemisferio norte). Pero sobre todo se explica por el estado de las técnicas que no lograban salvar ciertos obstáculos. Por ejemplo, la rotación trienal no permitía, en zonas menos fértiles, que los suelos descansaran lo suficiente. Asimismo, otros problemas se asomaban, como el desmonte intensivo, el cual determinó la falta de madera, pero además que el agua no contenida por los bosques destruyera las capas arables superficiales. En síntesis, los cultivos disminuyeron.
Todos estos síntomas se acentuaron en el curso del siglo XIV. Una mala cosecha pronto se traducía en falta de alimentos y hambrunas, y una población mal alimentada resultaba presa fácil de pestes y epidemias. Pero el problema radicaba en que el ciclo carestía-hambruna-epidemia se reproducía a sí mismo. En efecto, la falta de alimento y la peste despoblaban los campos, no solo por el aumento de la mortalidad sino por la huida de los campesinos hacia las ciudades. El resultado era la falta de mano de obra para las áreas rurales, una nueva mala cosecha, carestía, hambruna… A esto se suma, a mediados de siglo, la Guerra de los Cien Años. Ella acentúa la crisis agrícola, sobre todo en los campos franceses. Los incendios y las depredaciones que la caballería inglesa infligía causaron más penurias que las mismas acciones bélicas.
El último ingrediente fue la Peste Negra, que llegó a Europa en 1348. Era la peste bubónica, de origen asiático, transmitida por las pulgas de las ratas, y que al caer sobre una población profundamente debilitada causó verdaderos estragos. De este modo, la población europea quedaba reducida a dos terceras partes.
En síntesis, la crisis del siglo XIV fue fundamentalmente, como dice la historiadora Susana Bianchi (2016), “una crisis social: la crisis de las estructuras feudales” (pág. 58). Ahora bien, en relación a lo ideológico, la presencia constante de la muerte, la falta de una respuesta sólida por parte de la Iglesia y la insatisfacción intelectual produjo un lento cambio en la cosmovisión de la gente ya que entran en crisis las máximas representaciones feudales.

La batalla de Crécy (1346) entre ingleses y franceses durante la Guerra de los Cien Años. Manuscrito iluminado de las Crónicas de Jean Froissart
¿De Dios al hombre? ¿De la tierra al sol? ¿De Noe a América?
Esquemáticamente hablando, podemos decir que entraron en crisis tres representaciones fundamentales. La primera es la cosmovisión teocéntrica, es decir, todo se explica alrededor de Dios, pues él es el principio explicativo de todas las cosas. Esto permitió una nueva mirada: la antropocéntrica. Tengamos en cuenta que el feudalismo, como un modo de organizar la vida, encuentra su fundamento en la religión cristiana, pues lo que acontece no es una mera casualidad, ya que es Dios quien dirige el destino de todos los seres. Por tal motivo, lo que habilita la crisis es que el pensamiento comience a secularizarse. Ahora el humano se vuelve el centro de todo. La filosofía y ciencia moderna van a adoptar este nuevo punto de vista. La realidad, a partir del siglo XV y XVI, se explica tal como el humano la puede ver.
Esta concepción antropocéntrica se puede observar en el Renacimiento, que comienza en Europa y que tiene como epicentro Italia, precisamente las ciudades de Florencia, Génova, Milán, Roma. La clave está en la búsqueda de diferentes modelos que permitan desarrollar el pensamiento. Y no es ninguna casualidad que se de en el mundo urbano: crecimiento económico a partir de la expansión comercial, el desarrollo de las ciudades que permite la construcción de palacios e iglesias y la excavación de los cimientos en donde se encuentran los restos de la vieja tradición romana, la llegada de los sabios de Constantinopla tras la toma de esta en 1453 por los turcos otomanos, los avances en materia de ciencia y tecnología, etc.
Ahora bien, esto no quiere decir que el cristianismo sea abandonado. Es más, el arte renacentista tiene escenas religiosas. Un ejemplo de ello es La creación de Adán, pintada por Miguel Ángel alrededor del año 1511. Pero aquí está la clave, pues en este cambio de cosmovisión, vemos el paso de una corriente artística a otra: del gótico, una corriente que muestra el orden espiritual de las cosas, al renacimiento, en donde predomina el orden corporal de las cosas.

La creación de Adán, la más famosa de las imágenes de la bóveda de la Capilla Sixtina
La segunda representación que se desmoronó tiene que ver con lo que por muchísimo tiempo se creyó, que la tierra es el centro de todo. En el Génesis se nos relata lo siguiente:
1 En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. 2 La tierra no tenía entonces ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el espíritu de Dios se movía sobre el agua.
3 Entonces Dios dijo: “¡Que haya luz!”
Y hubo luz. 4 Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad 5 y la llamó “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. De este modo se completó el primer día.
6 Después Dios dijo: “Que haya una bóveda que separe las aguas, para que estas queden separadas.”
Y así fue. 7 Dios hizo una bóveda que separó las aguas: una parte de ellas quedó debajo de la bóveda, y otra parte quedó arriba. 8 A la bóveda la llamó “cielo”. De este modo se completó el segundo día.
9 Entonces Dios dijo: “Que el agua que está debajo del cielo se junte en un solo lugar, para que aparezca lo seco”.
Y así fue. 10 A la parte seca Dios la llamó “tierra”, y al agua que se había juntado la llamó “mar”.
Al ver Dios que todo estaba bien, 11 dijo: “Que produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den frutos”.
Y así fue. 12 La tierra produjo toda clase de plantas: hierbas que dan semilla y árboles que dan frutos. Y Dios vio que todo estaba bien. 13 De este modo se completó el tercer día.
14-15 Entonces Dios dijo: “Que haya luces en la bóveda celeste, que alumbren la tierra y separen el día de la noche y que sirvan también para señalar los días, los años y las fechas especiales.”
Y así fue. 16 Dios hizo las dos luces: la grande para alumbrar de día y la pequeña para alumbrar de noche. También hizo las estrellas. 17 Dios puso las luces en la bóveda celeste para alumbrar la tierra de 18 día y de noche, y para separar la luz de la oscuridad, y vio que todo estaba bien. 19 De este modo se completó el cuarto día.
20 Luego Dios dijo: “Que produzca el agua toda clase de animales, y que haya también aves que vuelen sobre la tierra”.
Y así fue. 21 Dios creó los grandes monstruos del mar, y todos los animales que el agua produce y que viven en ella, y todas las aves.
Al ver Dios que así estaba bien, 22 bendijo con estas palabras a los animales que había hecho: “Que tengan muchas crías y llenen los mares, y que haya muchas aves en el mundo.”
23 De este modo se completó el quinto día.
24 Entonces Dios dijo: “Que produzca la tierra toda clase de animales: domésticos y salvajes, y los que se arrastran por el suelo.”
Y así fue. 25 Dios hizo estos animales y vio que todo estaba bien.
26 Entonces dijo: “Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen. Él tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el suelo.”
Es muy interesante este fragmento del Génesis porque lo que nos narra es como Dios creó la tierra, a saber, la tierra es el escenario central de la creación divina. Máxime si tenemos en cuenta que en ella colona a un ser hecho a su propia imagen y semejanza. Ahora bien, a partir de la Revolución Científica, y en particular de las investigaciones de Copérnico, Kepler, Galileo, Brahe, el pensamiento cambia, se pasa de una concepción teocentrismo a una concepción heliocéntrica. Se desplaza a la tierra del centro, ergo, se desplaza también al humano. Por tal motivo, yo supongo que una de las preguntas que se hicieron fue la siguiente: ¿existen otros hombres en otros planetas?
Esto es sumamente novedoso, no solo por lo que genera en el mundo de las ideas, sino porque ellos mismos son conscientes de la transformación que está sucediendo, en donde el pasado y el presente se vuelven conflictivos cultural e ideológicamente. A su vez, la expansión geográfica que lleva a cabo Europa, continúa alimentando la crisis, ya que impacta sobre el conocimiento que se tenía, generando así también una crisis en el conocimiento. En primer lugar, sobre los conocimientos prácticos (astronomía náutica, técnicas de navegación, cartografía). Pero además produjo un fuerte impacto sobre muchas concepciones admitidas. Ideas anteriormente aceptadas sobre las dimensiones de la tierra, sobre los continentes que la conformaban debieron ser abandonadas. Es por ello que
“La llamada «nueva filosofía», «filosofía natural» o «filosofía mecánica» del siglo XVII representó un proceso intelectual de talante innovador más autoconsciente aún que el Renacimiento, puesto que implicó el rechazo de tradiciones tanto clásicas como medievales, incluida la visión del mundo basada en las ideas de Aristóteles y Tolomeo” (Burke, 2002, pág. 59).
En otras palabras, ya no era suficiente la aceptación dogmática de la verdad, según las afirmaciones de las Sagradas Escrituras, Aristóteles o Ptolomeo. Para conocer se hace necesario observar reiteradamente, corregir, comparar…

Universalis Cosmographia (1507) de Martin Waldseemüller
Sigamos pensando en relación a la tierra. La concepción bíblica suponía que ella era como un plato flotando en el agua, y que, en ese plato nebuloso, había tres continentes. No está de más decir que, en cada uno de esos continentes, se encontraban los descendientes de los hijos de Noé, pues parece ser que luego del diluvio sus tres hijos viajaron a una región distinta de la tierra. Los habitantes de África son descendientes de Cam, los de Asia de Sem y los Europa de Jafet. No obstante, cuando el llamado Cristóbal Colón llega a América en 1492, aunque no de manera inmediata, la cristiandad se da cuenta de que hay algo nuevo. ¿Acaso Noé tuvo un cuarto hijo no reconocido? ¿De dónde salió esta población? ¿Los animales de esa tierra estuvieron en el Arca?
Es así que entra en crisis la concepción bíblica y aristotélico-ptolemaica de la tierra. ¿Esto quiere decir que la sociedad europea no cree más en Dios o que el Antiguo Testamento estaba equivocado? No, para nada. Lo que empieza a acontecer es que en este momento se empiezan a ver las cuestiones teológicas no como algo literal, sino como metáforas, y lo que se va a empezar a imponer es la concepción científica de la tierra. La conclusión a la que llegan los hombres de este tiempo es que ya no alcanza con utilizar correctamente el entendimiento, que el supuesto de que el sujeto conoce de manera inmediata al objeto está desmoronado. De ahí la idea de poner algo entre medio: el método. La ciencia moderna propuso la observación y la experimentación. Descartes propuso la duda y en relación a estos cambios dice que no hay que
“aceptar nunca como verdadera ninguna cosa que no conociese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que aquello que se presentarse tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda” (Descartes, 2015, pág. 50).
Bibliografía
Bianchi, S. (2016). Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea. Universidad Nacional de Quilmes.
Descartes, R. (2015). El discurso del método. Ediciones Brontes. Barcelona.
La Biblia. Dios habla hoy. (1994). Sociedades Bíblicas Unidas.
Burke, P. (2002). Historia social del conocimiento. Volumen 1. De Gutenberg a Diderot. Paidos. Buenos Aires.
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