RUTINA DE FANTASMAS
- Noralí

- 8 ene
- 4 Min. de lectura
Una mirada irónica y mordaz a la vida después de la muerte, donde el Cielo y el Infierno no son tan distintos de la sociedad terrenal. En este relato, un alma errante comparte sus reflexiones y experiencias mientras navega entre los mundos divino y mortal, descubriendo las peculiaridades de los vivos y las almas perdidas.
Escribe: Noralí
Arte: Ezequiel Gutierrez

Cuando la doctora dijo que mi situación era irreversible tuve mucho miedo. Yo sabía que mi pulso tenía los días contados pero, como todo humano, desconocía qué sería de mí después de la muerte. Y, al fin, sucedió. Morí.
Soy un alma que vagabundea por la sociedad. Floto entre la gente viva porque, para ser sincera, el Cielo me aburre. Ahí es todo muy tranquilo y ordenado, además es caro. La única diversión que se ofrece por acá, son los casinos. El año pasado Dios le ganó a Satán la licitación de todas las casas de apuestas y casinos. Desde ese día el Infierno perdió muchos habitantes. Es una herida que los demonios todavía sangran.
Elegí vivir en el Edén porque se duerme bien aunque reconozco que se trabaja más por aquí. El Infierno, en cambio, es más ruidoso, todas las noches se brindan fiestas de una variedad fantástica. La música suele ser ensordecedora y no te deja descansar. He pasado largas noches ahí.
La cosa es sencilla: cuando uno muere lo están esperando un ángel y un demonio, elegí al ángel por puro prejuicio terrestre. Más allá de mi elección, tengo la libertad de bajar y subir las veces que quiera.
En el Cielo hay más gente. Es lógico, vivir ahí genera estatus. En el Infierno hay pocos, algunos expresidentes, unos militares, también sacerdotes que prefirieron el Inframundo porque arriba los obligan a trabajar y rezar. En fin, es una sociedad de almas muy similar a la de los vivos.
Cuando me aburro del Cielo y del Infierno vengo acá, al plano de la gente viva. Antes de abandonar el mundo divino tengo que presentar mi solicitud de salida. No sé si les dije, pero en el Olimpo reina la burocracia. San Pedro firma la petición una vez que ha sido autorizada por el Santo Padre. A veces el pedido es denegado porque son tantos los fantasmas que se aburren y quieren salir, que el lugar queda vacío.
Supe que los Señores andaban de buenas porque le habían ganado al Diablo unas partidas al truco. Aproveché esa situación y pedí permiso. Tuve buena suerte ya que lo aceptaron en cuestión de segundos. Sospecho que las jerarquías celestiales me prefieren lejos. Alguna vez manifestaron que mi presencia era un estorbo; moción que los demonios apoyaron firmemente.
De las actividades que puedo hacer en el mundo de los mortales, la que más me gusta es viajar en colectivo. Es irónico porque durante mi paso por la vida, viajar en bondi me desagradaba. Ahora que lo pienso detenidamente, asumo que se debía a que pasé muchos años arriba de un bondi. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa.
La diferencia con mi situación actual es que subo gratis y nunca estoy apurada por llegar. Me acomodo al fondo del transporte. Desde acá puedo ver todo. Baja un niño, sube un anciano; en un asiento va un hombre mirando por la ventanilla y observa cómo la helada se llevó todo el trabajo de la zona. Más atrás viaja una madre con su hija adolescente, en la esquina sube un profesor de música con su guitarra al hombro. Si me concentro puedo escuchar algunos de sus pensamientos, sin embargo no lo hago porque últimamente sus cavilaciones giran en torno al dinero. A la falta de dinero, para ser precisa. A las cinco cuadras sube un cura y una monja, que comienzan una discusión con el pastor que había subido en la primera parada. Teorizan sobre cuestiones arcaicas, que de trasfondo, no tienen diferencia alguna. Si ellos supieran cómo funcionan las cosas post mortem renunciarían a los hábitos y a la moral, inmediatamente.
Ya terminando el viaje sube una jovencita de catorce o quince años. Por alguna razón baja la cabeza cuando pasa frente a los religiosos. Puedo percibir que se siente condenada y cree que dios no la va a perdonar pero no sé cuál será el pecado. Me gustaría contarle que ni a Dios ni al Diablo le preocupan los pecados de los vivos, mucho menos los de las mujeres, pero no puedo hacerlo porque tenemos prohibido ese tipo de contacto.
En la penúltima parada sube un abogado. Hombre de negocios, fiel a su mujer y a sus cuatro amantes. Se jacta de ser honesto, sincero y buen devoto de un Dios castigador. Este tipo de espécimen es el que mejor encaja en la vida de ultratumba. Ya sea en el Paraíso o abajo, pero cuando les toca elegir, la mayoría de estos ejemplares, opta por el Infierno.
Se terminó el viaje, soy la única que queda en el micro, además del chofer que está limpiando. Se le escapan algunos insultos por un niño que no aguantó la descompostura.
Me he vuelto a aburrir, bajo del micro y voy hacia las calles principales para ver qué hacen las personas cuando creen que nadie las ve. Cuando llego a la plaza, escucho el llamado del Creador avisando que se acabó el tiempo de ocio. Hay que subir. Quiero charlar con mi Señor y contarle todo lo que he visto entre los mortales pero no puedo porque no anda de buen humor, parece que el Diablo le ha ganado la revancha al truco. Para evitar discusiones, me vengo a dormir acá abajo, de paso disfruto de la fiesta que han armado en el Infierno el Diablo y otros ángeles para agasajar a San Pedro, que, mediante algunas maniobras, ha vuelto a ganar las elecciones.




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