EL ASCENSO DE LOS MONSTRUOS
- Ramiro Barroso
- 8 ene
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El movimiento nazi comenzó su andadura formal en Múnich el 9 de enero de 1919, con la fundación del Partido Obrero Alemán (renombrado en febrero de 1920 por Partido Obrero Nacional Socialista Alemán) por el mecánico ferroviario Anton Drexler. Este partido era uno de los varios movimientos de extrema derecha presentes en la agitada Baviera. Ahora bien, en el transcurso de los años el nazismo se va a ir haciendo con el poder, hasta que en 1933 Adolf Hitler sea canciller. Lo que este ensayo se propone es ahondar sucintamente en algunas, puesto que carecemos de la capacidad intelectual de analizar todas y en profundidad, de las causas del ascenso del nazismo en Alemania.
Escribe: Ramiro Barroso
Arte: Adriel Olaia

“No se trata de una respuesta en el momento de auge de las luchas revolucionarias sino de una profundización de las condiciones de opresión una vez que los proyectos contrahegemónicos han sido derrotados” (Feierstein, 2023, pág. 58)
Hitler y Weimar: carisma y vulnerabilidad
Adolf Hitler, nacido en Austria en 1889, se convirtió en seguidor del nacionalista, antisemita y pangermanista Georg Ritter von Schönerer en Viena antes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, para adentrarse en política, fue necesaria la guerra y su resultado, y la convulsión social que se desató a partir de la expansión de la revolución soviética.
El 12 de septiembre de 1919, Hitler ingresó en el partido. El ambiente político de Baviera se caracterizaba por ser antirrepublicano, católico, conservador y reaccionario. Por su capacidad oratoria, pronto comenzó a desempeñar un papel cada vez más importante en el partido, hasta que en agosto de 1921 se convirtió en su máximo dirigente. En este primer momento, el principal motivo del crecimiento del partido fue la fuerza de su retórica. Rasgos como la necedad, la intolerancia y la rabia dieron resultado. Varios han subrayado el poder carismático del líder como una causa del ascenso del nazismo en Alemania. No obstante, es necesario introducir a Hitler a un contexto político más amplio.
La debilidad de la República de Weimar es un factor clave para entender el ascenso del nazismo. En este sentido, muchos historiadores han criticado el sistema de representación proporcional que fijaba la Constitución de Weimar para las elecciones nacionales y provinciales, y al que se ha responsabilizado en gran medida de la multiplicidad de partidos que complicaron la escena política e hicieron inevitable que todos los gobiernos fuesen de coalición, por lo tanto, sumamente inestables. Pese a ello, no creo que fuera una consecuencia de la Constitución de Weimar o del sistema electoral la causa del ascenso del nazismo, pues esta pluralidad de partidos políticos se debe al hecho de que la sociedad alemana estaba cuarteada por múltiples fisuras sociales, políticas, religiosas, regionales e ideológicas. En todo caso, el principal problema del sistema pluripartidista se daba en la formación de coaliciones a partir de los partidos más importantes: los demócratas (DDP-Partido Demócrata Alemán), el Centro Católico, los socialistas (SPD-Partido Socialdemócrata Alemán), los comunistas (KPD-Partido Comunista de Alemania), el Partido Popular Alemán (DVP) y los nacionalistas (DNVP-Partido Nacional Popular Alemán). Pero incluso esto deja en evidencia lo fragmentada política y socialmente que se encontraba la sociedad alemana. De todos modos, es claro que la dificultad de este sistema se debía a la inestabilidad e ineficiencia de esos gobiernos, ya que venía predestinada por la necesidad de no hacer nada que desagradase a alguno de los socios de coalición. Esto se evidencia en la incapacidad para impedir los estallidos de violencia y la dificultad para controlarlos. Algunos ejemplos son iluminadores. En la inmediata posguerra, la Revolución Espartaquista intentó, en enero de 1919, la conformación de sóviets obreros en Alemania. Esta experiencia, dirigida por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, fue reprimida con la participación de los freikorps, regimientos paramilitares integrados por voluntarios reclutados por antiguos oficiales anticomunistas del Ejército. En otras palabras, el gobierno decidió apelar a ellos ante su propia impotencia para enfrentarse a los revolucionarios. A esto se sumaron una serie de asesinatos políticos que conmovieron a la sociedad alemana. Los más importantes fueron el de Walther Rathenau, ministro de Relaciones Exteriores y firmante en 1922 del Tratado de Rapallo, un acuerdo de amistad y cooperación entre Alemania y la Unión Soviética, y Matthias Erzberger, jefe de la delegación que negoció el armisticio de 1918. El gobierno socialdemócrata intentó tomar medidas contra esta clase de actos, pero los partidos de derecha se opusieron. ¿El resultado? Los tribunales fueron benignos con los criminales y no les impusieron ningún castigo. Pero esta benevolencia manifiesta de los jueces también recayó en Hitler. Hacia 1923, cuando se produjo la ocupación francesa de la región del Ruhr, se llevó a cabo un intento golpista en Baviera. En Múnich, Adolf Hitler y un grupo de sus partidarios intentaron la toma del poder, para luego extender la revuelta a toda Alemania y proclamar su “revolución nacional”. El intento fue sofocado por la policía y Hitler fue encarcelado, juzgado y condenado. Pero la generosidad de los jueces hacia las ideas que él representaba permitió su liberación nueve meses después.
Ahora bien, dijimos que la Constitución de Weimar no era causa del ascenso del nazismo. Sin embargo, sí había una disposición constitucional que generaría problemas en el futuro. Se trata del artículo 48, ya que daba la facultad de gobernar por decreto en situaciones de emergencia, o en otras palabras, permitía plenos poderes al presidente en casos de excepción, tales como el de nombrar o destituir al canciller al margen de las mayorías, disolver el Parlamento o gobernar sin control parlamentario. Entonces, el problema no se debe tanto al artículo en sí, sino a la responsabilidad de algunos hombres públicos que carecían de un verdadero compromiso con la democracia alemana. Por ejemplo, la presidencia entre 1925 y 1934 de Paul von Hindenburg, monárquico archiconservador, supuso el inicio de un régimen presidencialista en el que el Parlamento desempeñaba el papel de comparsa. Más específicamente, entre 1930 y 1933 utilizó su poder para gobernar por decreto. Esto tiene su explicación en que no había mayorías en el parlamento, no se podían formar coaliciones. La situación creada por la crisis de 1929 era tan grave, que el terreno para construir una coalición de diferentes partidos era muy pequeño, pues lo que cede uno lo pierde el otro. Esto hace que el Reichstag deje de funcionar, y que a partir de entonces la alta política funcione a través de decretos presidenciales, decretos que debilitan la democracia.
La debilidad también se debe a la falta de legitimidad del sistema político. Esto se debe al Tratado de Versalles, el cual impuso a Alemania una paz con muy duras condiciones, justificadas con el argumento de que era la única responsable de la guerra y de todas sus consecuencias: amputaciones territoriales (Alsacia-Lorena, por ejemplo), no poseer una flota importante, prohibición de contar con una fuerza aérea, se redujo su ejército de tierra a sólo cien mil hombres, se les impusieron unas “reparaciones” (resarcimiento de los costos de guerra en que habían incurrido los vencedores), se ocupó militarmente una parte de la zona occidental del país, y se les privó de todas las colonias de ultramar (pasaron a manos británicas, francesas, y, en menor medida, japonesas). Con este intento de solución, es claro que todos los partidos políticos de la escena alemana coincidían en su rechazo, incluso los socialdemócratas, que se habían visto obligados a firmar el acuerdo de paz.
El tratado, firmado el 28 de junio de 1919 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles (Francia) avivó el resentimiento nacionalista de Alemania, pues fue considerado como una deshonra y una traición a la patria. La propaganda nazi pudo aprovechar el descontento general con el tratado para convencer a muchos de que el carácter democrático de la República estaba fuertemente vinculado a la humillación nacional. Esto claramente se ve aunado a que en Alemania no existía una tradición republicana ni democrática de gobierno. Por el contrario, había una rotunda admiración por el Ejército como dirigente legítimo de la nación. Por eso, cuando se firmó el Tratado de Versalles se difundió la idea de que el Ejército había sido traicionado por los civiles. No había sido derrotado en el campo de batalla, sino que era objeto de una “puñalada por la espalda”. Este mito se propagó rápidamente y exculpó a los militares de cualquier responsabilidad.

Hitler posa para la cámara
Colapso económico y auge del nazismo
La República de Weimar logró superar las tormentas de la revolución y la insurrección armada en los primeros años de la década de 1920, y en 1928, con el advenimiento del gobierno de gran coalición encabezado por el socialdemócrata Hermann Müller, comenzaba a parecer que se consolidaba. Lo que cambió la situación, lo que hizo que el partido nazi dejara de ser un grupo extremista situado en la periferia de la política para convertirse en el mayor partido político del país, fue sobre todo la Gran Depresión que comenzó en 1929. Esto se ve reflejado en las elecciones para el Reichstag: en las de 1928, los nazis solo consiguieron doce escaños y el 3% de los votos; en las celebradas en 1930, obtuvieron 6,5 millones de votos y 107 escaños; y en julio de 1932, los nazis eran con diferencia el partido político mayor y más aceptado de Alemania, con el 37% de los votos, 230 escaños y más de trece millones de votantes.
La economía de Weimar estuvo acosada por dificultades económicas desde el principio. La República comenzó su existencia en un periodo de inflación que se remontaba a 1914. En 1922-1923, la inflación se transformó en hiperinflación, desgarrando el tejido social. Pero de todos los acontecimientos que tuvieron lugar en la historia de la economía de Weimar, el decisivo fue la depresión de 1929-1933. El dato clave es que al terminar 1932, había casi siete millones de desempleados, que suponían aproximadamente el 35% de la población activa.
La crisis iniciada en 1929 se intensificó y constituyó la base del triunfo del nazismo. En primer lugar, impulsó a la gran empresa a buscar con creciente urgencia una solución autoritaria, una solución que mitigase la presión a la que estaban sometidos, desmantelando el Estado de bienestar, frenando o suprimiendo los sindicatos, proscribiendo a comunistas y socialdemócratas, y creando una fuerza de trabajo dócil y barata. En segundo lugar, la represión sirvió de base al desplazamiento masivo de las preferencias de los votantes hacia los nazis en esos años. Hasta las elecciones de 1928, la mayoría de los votos nazis procedían de la pequeña empresa, el campesinado, el sector de servicios públicos y los artesanos varones protestantes. El gran crecimiento de apoyo a los nazis y la irrupción del Partido Obrero Nacional Socialista Alemán como partido de masas en 1930-1933 reflejaban el hecho de que conseguían votos, en mayor o menor medida, prácticamente de todos los grupos sociales del país.
El nazismo fue un partido que aglutinó el descontento. En este punto, el poder carismático del líder y la seductora propaganda fueron fundamentales. En particular, la capacidad de Hitler para articular los temores y ambiciones más profundos de sus oyentes. Adolf Hitler logró establecer una comunicación directa con los alemanes, de esta forma, no solo hizo un cóctel con las ideas que ya estaban en la sociedad alemana, sino que las expresó de una manera sencilla e insistió incansablemente en ellas. Poco a poco, los alemanes se fueron nazificando.

El canciller alemán del Reich, Franz von Papen, y su ministro de Guerra, el general Kurt von Schleicher, en 1932 viendo una carrera de caballos en Berlín-Karlshorst
¿Suicidio político o asesinato premeditado?
Las acciones para instalar a Adolf Hitler en el gobierno comenzaron cuando el político conservador Franz von Papen y el general Kurt von Schleicher persuadieron al anciano presidente Paul von Hindenburg para que nombrara canciller a von Papen. Esperaban designar a Hitler vicecanciller, pero este se negó a aceptar el cargo, ya que pretendía el de canciller. En enero de 1933, intentaron nuevamente convencer al presidente, en contra de sus convicciones, de invitar a Hitler para formar gobierno con von Papen como vice. Franz von Papen creía que podría dominar a Hitler y comentó: “En dos meses habremos acorralado a Hitler, de tal manera que estará chillando”. El 30 de enero de 1933 muere la democracia en Alemania. Como se ve, el fin de la República de Weimar era algo que figuraba dentro de las aspiraciones de grandes sectores conservadores y militares, no constituía solo un objetivo del nazismo.
Tal como afirma Evans (1991) “No sería correcto afirmar (…) que la República de Weimar no fue destruida por adversarios sino que se destruyó a sí misma” (pág. 112). La dictadura solo fue posible cuando las instituciones democráticas de la República dejaron de funcionar, cuando sucedió la eliminación efectiva del Reichstag como institución política después de que las elecciones de 1930 anulasen la posibilidad de una mayoría viable para la tarea legislativa de gobierno. La dictadura solo fue inevitable cuando los nazis desataron una campaña de violencia, terror, asesinato e intimidación contra sus oponentes en los seis primeros meses de la cancillería de Hitler. Comienza así, el proceso de eliminación de los opositores políticos. Algunas medidas fueron: el 28 de febrero entró en vigencia el Decreto del Incendio del Reichstag, oficialmente conocido como el Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y del Estado; Dachau, el primer campo de concentración nazi, ubicado a 13 kilómetros al noroeste de la ciudad de Múnich y destinado para opositores políticos, fue abierto el 22 de marzo de 1933; la Ley de Poderes del 23 de marzo confirió al gobierno la potestad de cambiar la constitución, con lo que el presidente de la República se convirtió en una figura decorativa. La muerte de Paul von Hindenburg en agosto de 1934 hizo que Adolf Hitler, sin dejar la Cancillería, se proclamara presidente del Reich, autonombramiento que fue refrendado por un plebiscito con el 88% de los votos afirmativos. En conclusión, la República de Weimar fue derrotada por sus oponentes, no por sí misma; la muerte de la democracia alemana no fue un suicidio político, sino un asesinato premeditado.
Bibliografía
Feierstein, D. (2021). Introducción a los estudios sobre genocidio (V. El genocidio nazi: reorganización de Alemania y de la Europa ocupada). Fondo de Cultura Económica Argentina. Buenos Aires.
Feierstein, D. (2023). La construcción del enano fascista: Los usos del odio como estrategia política en la Argentina. Capital Intelectual. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Evans, R. J. (1991). “Ascenso y triunfo del Nazismo en Alemania”. En Martín-Aceña Manrique, P., Díaz, S. J., y Cabrera Calvo-Sotelo, M. (Comps.). Europa en crisis, 1919-1939 (páginas 97-118). Editorial Pablo Iglesias. Madrid.




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